miércoles, 5 de diciembre de 2007

Mi planta del dinero

Siempre he tenido muy mala mano con las plantas. No es que no me gusten (tampoco me apasionan), es que simplemente ellas y yo no tenemos un buen feeling, no conectamos. Todos los años, mi madre me confiaba el cuidado de las suyas cuando mis padres se iban fuera en vacaciones. Y todos los años invariablemente yo las mataba. Ahora que lo pienso no sé cómo mi madre seguía encargándome esa tarea, pero supongo que a un hijo le perdonas todo y siempre confías en que mejorará.

Desde que me independicé lo intenté con más y más ahínco, pero no ha habido forma. Mis padres me regalaron una vez una planta de la cual el vendedor les juró y perjuró que no moriría. No necesitaba apenas riego, ni una luz especial: ni mucha ni poca. Me duró tres meses exactos (desde mi cumpleaños en mayo hasta agosto del mismo año).

Sin embargo, ha habido dos gloriosas excepciones a esa regla. La primera es mi planta del demonio. Por supuesto, éste no es su nombre real, sólo es su nombre de guerra. Hace unos cuatro años le dio al pequeño Paco una compañera de un proyecto en el que estuvo una planta chiquitita con cara inocente y muy mona, con las instrucciones de ponerla en un recipiente con muy poca tierra y agua. Yo pensé que moriría a las pocas horas y no la presté atención, pero lo cierto es que aguantó semanas y semanas en su media botella de plástico de agua Font Vella. Así que un buen día el pequeño Paco decidió que había llegado el momento de ponerla en un lugar más digno. Le compramos un recipiente de cristal, con un poquito de tierra y su agua y la colocamos en un lugar soleado... Entonces vino la transformación... En pocos días llegó a crecer más de un metro. Empezaron a salirle nuevos hijos a un ritmo descomunal, todos ellos de la misma estatura, y lo peor fue la cantidad ingente de agua que es capaz de absorber: más de un litro de agua diario! El pequeño Paco y yo siempre decimos que si en vez de agua fuera Whisky, tendríamos que pedir una segunda hipoteca sobre la casa. Como vimos su crecimiento imparable, decidimos sacarla al balcón, para que sufriera los inviernos fríos de Madrid y sus veranos de infierno, a ver si eso la hacía llevar un ritmo de crecimiento más asequible. Pero ya lleva fuera un montón de meses y está más ancha que pancha (es todoterreno). No tiene problemas de ningún tipo siempre y cuando no le falte su ración diaria de agua. Pensamos que un día no vamos a poder entrar en la casa porque ella se ha hecho con el control y con el mando a distancia de la tele. Por eso la llamamos justamente la planta del demonio.

La segunda excepción es la planta del dinero. Cuando nos la regalaron también era poca cosa e inocente, pero fue plantarla este verano y ha crecido a un ritmo espectacular, mucho más que un cáncer. Soy capaz de ver día a día su crecimiento. Y todo a pesar de mi mala mano con las plantas. El único caso que la hago a la pobre es que como tengo que regar todos los días a la del demonio, que está al lado, aprovecho y le echo a ella un poquito de agua. Así que si es cierto que es la planta del dinero, este año me toca a mí la lotería, ¡pero un buen pellizco!

Y para que veáis que no exagero, os muestro una foto de la planta del dinero con el patito al lado, para que veáis el tamaño (lo ha hecho en pocos meses). Ah!, y en mitad de la maceta está el tronco de un bonsái que murió, pero que la planta no ha tenido ningún problema en rodear y absorber.



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